Juan Carlos se acercó a una escalera de La Bombonera
que daba a la calle, y desde el segundo piso le lanzó su carnet de socio y su
DNI a Ricardo que esperaba abajo, dos horas antes del comienzo del partido.
Era 8 de diciembre de 1965, River llegaba a la cancha
de Boca igualado en puntos con el local, quedaban dos fechas para terminar el
torneo.
Ricardo era un morochón, de estatura media, muy
similar a Juan Carlos, sobre todo para la baja calidad de las fotografías de
aquella documentación. Nada podía fallar, aunque Juan Carlos le advirtió:
“cuando lo agarres, tomátelas, volvé en media hora para que no te fichen los
controles”.
Las identificaciones cayeron cerca de la pared del
borde de la Bombonera, donde pegaba el violento sol de diciembre. Ricardo las agarró
con gesto de agacharse a atarse los cordones de los timbos, miró en todas
direcciones, se sintió tranquilo, y a pesar de la advertencia, encaró derecho a
la puerta de acceso.
“Usted no es éste, joven! Lo vimos” dijo un control
encorbatado y con una gota de sudor en la frente, quien además de no dejar
pasar a Ricardo, le retuvo el carnet y el documento.
Juan Carlos desde arriba miraba la escena lamentándose
por su amigo y por su carnet.