Seis de la tarde del miércoles ocho de febrero de dos
mil doce, mientras merendaba y untaba dulce de leche sobre una
galletita para acompañar la leche con Nesquik, un flash televisivo me
dejó sin hambre y con los ojos líquidos: el cartel en la tv decía que
había muerto Luis Alberto Spinetta.
Podrán decir que no fue sorpresa, ya que se sabía que
padecía una terrible enfermedad, podrán decir que a todos nos toca, y
que son cosas que pasan, que la acción de la naturaleza es irremediable.
Podrán decirse tantas cosas por inercia, que la inercia de sobrevivir,
las toma las procesa y las desecha casi inadvertidas… pero por supuesto,
este no fue el caso.
Lloré, como un nene al que algo le duele. Lloré, como un hombre dolorido y triste.