Seis de la tarde del miércoles ocho de febrero de dos
mil doce, mientras merendaba y untaba dulce de leche sobre una
galletita para acompañar la leche con Nesquik, un flash televisivo me
dejó sin hambre y con los ojos líquidos: el cartel en la tv decía que
había muerto Luis Alberto Spinetta.
Podrán decir que no fue sorpresa, ya que se sabía que
padecía una terrible enfermedad, podrán decir que a todos nos toca, y
que son cosas que pasan, que la acción de la naturaleza es irremediable.
Podrán decirse tantas cosas por inercia, que la inercia de sobrevivir,
las toma las procesa y las desecha casi inadvertidas… pero por supuesto,
este no fue el caso.
Cuando me di cuenta que habían pasado más de 15
minutos, y la galletita untada seguía sobre el mantel, al lado del vaso
que aún contenía la mitad de leche y el Nesquik posado en el fondo,
decidí levantar la mesa, el hambre había desaparecido junto con mi tarde
liviana y a colores.
Como otras veces me pasó, me topé con la idea de que
parece que la justicia superior tiene los mismos problemas que la de acá abajo.
Fue raro el momento, me abrazó una extraña sensación de soledad.
Cuando la muerte toca la puerta de alguien cercano, un familiar o un amigo, digo, sin entrar en detalles ni comparaciones, uno siente que los demas, las personas que quedan, los que te rodean, tienen o pueden tener una idea cercana sobre el dolor que te atraviesa; pero en este caso tuve la sensación, muy naif y hasta un poco egoísta podría decir, de sentir que este dolor nadie me lo entendería. Porque fácilmente podría pensarse que Luis era un músico, un referente, alguien respetado, pero lejano al fin, con el que apenas había cruzado 5 minutos de charla en mi vida, y que bueno, era una pena que se haya muerto, “son cosas que pasan”… pero, no! el flaco, fue un hombre pero además un símbolo, de magia, de herramientas que pugnan por encontrar belleza, de valores, de actitudes, de formas y contenidos, que me influenciaron, me enseñaron y me formaron, apuntalando esa búsqueda por descubrir rincones internos y llenar vacíos.
Cuando la muerte toca la puerta de alguien cercano, un familiar o un amigo, digo, sin entrar en detalles ni comparaciones, uno siente que los demas, las personas que quedan, los que te rodean, tienen o pueden tener una idea cercana sobre el dolor que te atraviesa; pero en este caso tuve la sensación, muy naif y hasta un poco egoísta podría decir, de sentir que este dolor nadie me lo entendería. Porque fácilmente podría pensarse que Luis era un músico, un referente, alguien respetado, pero lejano al fin, con el que apenas había cruzado 5 minutos de charla en mi vida, y que bueno, era una pena que se haya muerto, “son cosas que pasan”… pero, no! el flaco, fue un hombre pero además un símbolo, de magia, de herramientas que pugnan por encontrar belleza, de valores, de actitudes, de formas y contenidos, que me influenciaron, me enseñaron y me formaron, apuntalando esa búsqueda por descubrir rincones internos y llenar vacíos.
Cuando un hombre se conecta con el arte de la manera
que Luis lo hizo durante más de 40 años haciendo música, su obra
funciona como nexo entre el artista, sus oyentes y ese plano superior,
que él nos traía, nos acercaba en sus canciones. Una especie de
decodificador, en palabras y acordes, de un latir en otro plano.
La buena noticia es que el hombre se fue, pero el símbolo queda.
Algo de huérfano; algo de solo; mucho de triste;
mucho, muchísimo de agradecimiento. Entre otras cosas, eso me dejó este
miércoles de partida.
“No me aguarda un mundo de tumbas, sino un modo de viajar…” decía el propio Luis Alberto en Flecha Zen, una hermosa canción de Fuego Gris, uno de sus tantos grandes discos.
“No me aguarda un mundo de tumbas, sino un modo de viajar…” decía el propio Luis Alberto en Flecha Zen, una hermosa canción de Fuego Gris, uno de sus tantos grandes discos.
Good trip querido Luis, y gracias.
FAB /09-02-2012
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“La música es algo que va más allá de si uno da recitales o no. Hay que librarse de todo eso y quedarse con la naturaleza del sonido, como para ver bien a qué jugamos con este lenguaje tan maravilloso”, decía Spinetta en una charla abierta ante estudiantes de música, hace once años. Y concluía con: “Y a mí, que me siento un pequeño músico, frente a músicas que son el cielo, me encanta poder difundir algunas ideas que creo que son válidas. Me encanta poder hablar de lo sagrado que tiene el sonido, de esa arcilla con la que, si se tiene la visión del cielo, se puede elaborar el cielo”. (Luis A.)
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orginalmente publicado en www.zonova.net
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