Mayo 2017. Fui a la plaza y había una multitud. La Corte
Suprema de “Justicia” amagaba con aplicar el beneficio del 2x1 a genocidas
sentenciados por crímenes de lesa humanidad.
Parecía absurdo que
apenas 30 años después, hayamos tenido que ir a la Plaza a decirle a nuestros
gobernantes, que no queríamos libres a los peores funcionarios asesinos de la
historia de la Nación.
Gritamos fuerte, cantamos, aplaudimos.
Hubo un soplo de criterio. La ley fue frenada. Volví a casa creyendo que serví
para algo.
Septiembre 2017. Fui a
la plaza y había una multitud. La economía caía, los reclamos se extendían por
todo el país, en distintas formas y con muchos matices.
Del lado oficial, no
solo crecían las rejas en la plaza, también crecía la violencia con que el
gobierno respondía a los reclamos. La represión ya formaba parte de la
herramienta con que se quería callar cualquier protesta o disidencia. Pedíamos
saber qué pasaba con la desaparición de Santiago Maldonado. Gendarmería, la ministra
de seguridad, y todo ese nefasto montaje de misterio.
Gritamos y cantamos. Pero
los infiltrados y los policías de civil llevándose gente al azar, me hicieron
ver que la película era turbia de verdad, y estaba pasando “ahora mismo”. Volví
a casa triste, muy triste. Y para colmo, días después la concreción de la
sospecha: Santiago muerto.
Diciembre 2017. Fui a
la Plaza y había una multitud. Esta vez era en Plaza Congreso, el poder
legislativo sesionaba una reforma previsional. Básicamente meterle la mano en
el bolsillo a los jubilados, restándole de lo poco que ya tienen. Absurdo, increíble.
Violencia, enfrentamientos, excusas. La plaza de noche estaba llena, en calma. Familias,
niños, estudiantes, personas. Habité esa plaza como ciudadano indignado, pero
en paz.
Al emprender el camino
de regreso a casa, caminé muchas cuadras para llegar a Once. Las avenidas desoladas,
se escuchaban sirenas. Peregriné solo y en silencio. Algunos transitaban por la
vereda de enfrente, nos escuchábamos los pasos. Varios patrulleros me pasaron
al lado. No se si alguna otra vez caminé tantas cuadras mirando el piso.
Pasaron dos motos policiales con itaka en mano, levanté la vista, me
devolvieron mirada desafiante. Pero siguieron. Me sentí acusado de caminar por
donde no debía a una hora que no debía. Mi “delito” había sido ir a la plaza en
paz, a aplaudir fuerte, pidiendo que los abuelos puedan vivir con dignidad sus últimos
años de vida. La escena fue suficiente para sentirme indefenso. Fue una extraña sensación que anticipaba lo que vendría:
pocos minutos después un patrullero se llevó a una parejita que venía caminando
delante mío. Porque sí. Solo pude escuchar el grito mezclado en llanto de la
chica, preguntando “¿Por qué nos llevas?”
Mientras cruzaba la avenida
Rivadavía hacia la otra vereda, se me transformó el paso temeroso que traía. Erguí
el cuello en mirada al frente, pero vacía, como mirando sin ver el horizonte urbano. Un mar de
preguntas me ahogaban el silencio mental, sin dejar de caminar. “¿Cuándo empezamos
a hacer las cosas tan mal, para estar de nuevo en esta escena?” “¿por qué
carajo estoy eligiendo vivir acá?” “tuve suerte que no me llevaron a mi ¿en la
cuadra siguiente tendré la misma suerte? Me quedaban 4 o 5 calles de caminata”.
Por fin llegué a mi
auto, me puse el cinturón de seguridad como un abrigo, y otra vez el tsunami de
preguntas. Desde que volví de mi transitoria experiencia de vivir en España,
nunca había dudado tanto si realmente estaba eligiendo vivir en Argentina.
A la mañana siguiente,
el noticiero confirmaba: los senadores (o sea, nuestros representantes [?]) con
mayoría oficialista, durante la madrugada, actuando de manera cobardemente
veloz, aprobaron la reforma.
Diciembre 2019. Volveré
a la Plaza y habrá una multitud. Muchas cosas pasaron en estos años. Sigo acá,
envuelto en música y afectos. Rodeado de gente hermosa. Todo ello me hizo
quedar. Este tal Mauricio Macri y su equipo
descendido, se van, porque un 60% de argentinos les dio la espalda. Se
van con el desprecio de la mayoría. Se
van junto con las rejas que los alejaron de su propia gente.
Por fin iré a la Plaza
a festejar algo. Como cuando me llevaron mis viejos a ver al Diego con la Copa.
Iré a festejar la
esperanza de que nuestros representantes no me traten como su enemigo.
Tengo ganas de sonreír.
Me lo debo desde aquel diciembre 2017 cuando el Congreso y la represión me hicieron
sentir ajeno en mi propia tierra.
Cargo los pulmones de aire
renovado, y respiro como ciudadano argento, como partecita de este todo, dispuesto a la
crítica si no cumplen con las expectativas de estas esperanzas y estas
necesidades. Caminando “el jardín de los presentes” observando que -como dice Luis Alberto- “las golondrinas de plaza de mayo, solo vuelan
en libertad”.
FAB / Bs As 10 de
diciembre 2019
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