-Padre, lo he decidido… estoy cansado de la
universidad, abogacía me aburre y lo peor es que no veo mi vida trabajando en
tribunales y mucho menos en tu Estudio. Me voy de viaje, creo que un tiempo sin
horarios rígidos y conociendo lugares nuevos y gente diferente, me hará bien.
-¿pero cómo, hijo?!! Te queda poco de la carrera, te
aseguras un título profesional, te aseguras ser “alguien”, y luego tal vez, si
tienes ganas te puedes tomar unas buenas vacaciones.
-No, no se trata de vacaciones papá, y en todo caso eso
sería lo menos relevante. Se trata de ….
La charla siguió
con infinitas preguntas, respuestas, y confrontación, entre un padre
sorprendido, creyendo que su hijo que ya tenía cerca de treinta años, actuaba
como un adolescente indeciso frente a una vida que estaba muy clara y ya casi
resuelta. Y un hijo que estaba bastante mas maduro de lo que el padre creía,
que había alcanzado cierta mirada aguda de las cosas, y sabía que no sabía lo
que realmente quería, y por eso necesitaba iniciar una búsqueda. Una búsqueda
que más allá del movimiento geográfico y corporal que un viaje propone, tal vez
sería una búsqueda hacia adentro, pero con parámetros y estructuras que no
necesariamente eran las que la escuela, la universidad, la familia, o un buen
empleo, pueden entregar.
Los conciertos y
las galerías de arte, están llenos de admiradores de músicos y de artistas
plásticos, algunos de ellos eruditos en las materias, pero en su mayoría esos
admiradores son solo observadores de esa música y de esos colores que los
conmueven. Así como televidentes, miramos surfistas deslizarse entre olas de
aguas transparentes o esquiadores dejando huellas en nieves vírgenes. Miran y
miran y miramos y miran. Y a veces pensamos en las bondades de cierta dosis de
vértigo, en el cosquilleo de los cambios, pero ponerle el cuerpo y dar el salto
para superar ciertas paredes que nos rodean, requiere de energías en las
decisiones, que van mucho más allá de las fuerzas que puedan tener las piernas
dispuestas a eludir obstáculos. Porque los obstáculos son nuestros propios
paradigmas.
Vemos héroes por TV
o en el cine, que se atreven, a los cambios, a dudar de las verdades
establecidas, a las búsquedas interiores, y los aplaudimos, y hasta muchas
veces nos sentimos identificados, con aquel que dejó su aburrido trabajo de
oficina y se fue a escalar montañas, o a nadar con delfines, o simplemente se
animó a cruzar la calle para cambiar de universidad o se entregó a su amor por
un instrumento, y en lugar de pasarse ocho horas frente a una hoja de Exel, se
pasa largas horas frente a una partitura tratando de hacer sonar seis cuerdas.
Pero cuando se trata de evaluar qué debemos dejar en busca de lo que queremos
ganar, la tendencia es conservar, y el apego a nuestros logros nos quita
claridad. Por más que lo que podamos ganar sea una plenitud realmente valiosa y
de solo pensarlo el estómago se llene de cosquillas, el camino ya recorrido nos
hipnotiza, y el temor a perder gana la jugada, por mas que sea evidente que la
estructura experimentada es la que te hace sentir a medias contigo, la que le
pone grises a tu cotidianeidad, tememos perder esos pequeños pasos que ya hemos
dado. Sin ver, que todos los pasos que
dimos en una dirección, si sabemos leernos, nunca serán en vano, aunque hayamos
caminado en la dirección contraria a la que hoy quisiéramos caminar, de cada
paso que hemos dado se puede sacar una enseñanza que nos dé sustento en los
pasos futuros.
Como dice un músico
argentino(*) : “Cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a
nada…”. Sabiendo con firmeza que nos tenemos a nosotros, el resto es accesorio.
Y esa solidez hará que podamos despojarnos de lo que no es esencial.
Los héroes son
aplaudidos, pero poco encarnados. Asumir ser lo que soñamos ser o lo que
intuimos como valioso, pero que no se adapta a ciertas estructuras típicas,
genera una sensación de lejanía que inmoviliza. Y la pereza es la que termina
haciéndose carne, descansando en el confort de lo conocido.
Amamos a los
héroes, a los que se animan, a los que deciden, pero pocas veces nos animamos,
y pocas veces nos decidimos, y no solo la negación es en primera persona, sino
que también el apego por los seres queridos, hace que, ciertas decisiones de
ellos también las confrontemos movidos por la implícita acción de los miedos
propios.
El sofá es solo
para descansar las piernas luego de un largo día de caminar, pero dejemos de
mirar la vida desde allí, y conjuguemos en el plano real al verbo vivir.
No nos dejemos
engañar por el sofá, su pasividad es parte de su naturaleza, pero para el
humano, la vida es movimiento, y cambios, dejemos la pasividad para cuando nos
convirtamos en sofá… y por ahora elijo ser humano.
FAB / Buenos
Aires, Octubre 2013
(*) Charly García
---------------------------------
publicado originalmente en sección universitaria Revista Esfinge, Zaragoza, España
No hay comentarios:
Publicar un comentario