"En qué creen los que no creen" gritaba el título de un libro de Humberto Eco, con el que me tropecé cerca de mis 20 años, y tal vez fue el puntapié inicial para mi incurable interés por la ética.
Dicen que Eco era un experto en semiología, yo no sabía lo que era la semiología -sigo sin saberlo! :) -, dicen que a Eco le sobraba espalda para la filosofía, y aunque más cercano, tampoco puedo decir que sé de qué se trata eso. Lo que puedo decir es que la literatura, mucho más allá de las etiquetas de la ciencia, nos regala el vuelo de la pluma de quienes se animan a eso. Y la de Eco volaba alto y aguda y desafiante.
En el "Nombre de la Rosa", Eco describe una fría abadía oscurantista y medieval, con una inmensa biblioteca y traductores que trabajaban a la luz de las velas. Entre el latín y el griego, traducían las bases del catolicismo, ese mismo que ostentan hasta hoy, los que toman decisiones por todos nosotros, en la mayoría de los países de occidente.
En la abadía crecía la preocupación por la transmisión de ciertos conocimientos, pero particularmente había una especial persecución: la risa. Se ocultaron varios textos, entre ellos el segundo libro de la "Poética de Aristoteles" porque contenía cierto tono de humor e ironía. Provocando la risa de los lectores.
Entre cruces silenciosas y paredes de piedra y rumores de viento, dos personajes de Eco llevan una charla en aquella abadía, que parece perdurar, en todas las cruces y en todas las paredes y en todos los aires a través del tiempo:
"-¿Pero qué tiene de alarmante la risa?
-La risa mata el temor, y sin temor no puede haber fe, pues sin temor al demonio no hay necesidad de Dios.”
Desagregando problemáticas más actuales, censuras y comportamientos de autoridades rígidas y ortodoxas, que te ponen carita de malos y se hacen los serios, y suelen poner a la risa solo en el plano de lo grotesco y superficial, probablemente en el trasfondo lo que buscan es reducir tus libertades individuales.
Atenti,
un pueblo que ríe, pero que ríe en serio, tiene menos miedo, es más libre, y es más complicado de manipular.
Ponelo en la estantería que quieras: semiólogo, filósofo, profesor, humanista o astuto vendedor de libros, aunque fuera solamente por ese diálogo, Eco se ganó para siempre mi respeto, la clavó en el ángulo y me paro para gritar ese gol.
También me tropecé hoy con la noticia de la muerte de este tipo, y también me tropecé con las ganas de decirlo.
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