Las sociedades fluctúan, a veces como mero
síntoma de la vida misma, a veces por estrategias pergeñadas por quienes sacan
beneficios de cierto tipo de fluctuación.
El mundo occidental
suele alimentarse de una verdad instalada: la democracia es imprescindible para
el desarrollo de cualquier Nación que se considere seria.
Desde nuestro
corazoncito platónico nos damos lugar para dudar de ello, ya que muy claramente
en la República, el mágico Platón nos da pautas de que aún en lo más puro
y teórico del sistema democrático, las
cosas no son tan buenas como parece contarnos esta verdad instalada 2500 años
después. Pero a pesar de ello, y dadas las impurezas y la falta de integridad
que la realidad nos demuestra, podemos aceptar que es la democracia el sistema
aplicable menos malo.
Subidos a éste camino
demócrata, cada candidato, de cada una de esas naciones amantes de la libertad,
levanta la bandera de esa democracia como “verdad” indiscutible, aunque muchos
íntimamente detesten la pluralidad y el librepensar, curiosamente uno de los
principales cimientos de la democracia.
Vivo en Argentina, y me
ha tocado vivir en España, también he tenido suerte de poder viajar por otros
rincones de América y de Europa. Y entre muchas otras cosas que unen a la gente
y a sus sociedades, hay un detalle contradictorio que nos amalgama: todos
“aman” la democracia incluso los fascistas. Los fascistas confesos, y los
fascistas que lo son, sin saber que lo son. Todos aman la democracia, pero muy
pocos aceptan la pluralidad y soportan con altura que otros puedan pensar
distinto.
En Sudamérica, en el
siglo XX, por esos complejos caprichos de la política internacional, los
coletazos de la guerra fría hicieron que en los años ’70, se pongan de moda las
dictaduras impulsadas por USA. En los ’80 empezamos a despojarnos de eso, y
casi en armonía con lo que sucedía también en España, el regreso de las
democracias fueron una luz en el camino. Fluctuaciones, que viene y van, y
suben y bajan, de un hemisferio al otro, como un gran balón que rebota entre
continentes y salta los océanos.
Se terminó el milenio,
empezó uno nuevo, la democracia sigue siendo una verdad establecida, pero las
fluctuaciones siguen atravesando los contenidos. Y aparecen matices, o mejor
dicho, regresan ciertos matices. Vuelven al poder -apoyados por una sociedad
que los eligió mediante el voto-, los que explícitamente detestan que otros
piensen distinto, esta vez envueltos en disfraces de demócratas. Sucede en
Sudamérica, sucede en España.
En España vuelven a
salir a la luz grupos pro-nazis y gobiernos con un verticalismo económico que
pisa a los que menos tienen.
En Argentina el nuevo
gobierno, no solo pisa a los que menos tienen, sino que además esgrime la
censura, le abre nuevamente las puertas a la esclavitud económica del FMI, y reprime
ferozmente a los que se quejan de ello porque se han quedado sin empleo, y
acuerda métodos de represiones en conferencias transmitidas en directo por TV,
mientras se sacan fotos sonrientes.
Mujeres y niños
baleados por la policía, periodistas despedidos mientras están al aire en su
programa de radio, los medios de comunicación convertidos en un monopolio de
verdades oficialistas, teatros y centros culturales cerrados y vaciados, son
solo muestras de la torpeza en cuanto a las decisiones y a las formas elegidas
por el nuevo poder ejecutivo.
Tratando de extraer un
poco de luz de esperanza frente a este presente de oscuridad, vuelve a hacerse
fuerte en mí la idea de que estos tipos con aire fachoide, siguen teniendo miedo,
un miedo que los enceguece. Que la censura es una acción violenta como reflejo
del temor a lo distinto, simplemente porque la seguridad en ellos mismos es
escasa.
Censuren fachas/os, y
sigan temiendo,
porque en esa parte del
mundo que ustedes no conocen,
donde habita todo eso a
lo que le tienen fobia
-la música, la
literatura, la creatividad, el sexo, las sonrisas, la libertad, la sabiduría-
es más clara y más
profunda.
… Y más feliz.
FAB, Buenos Aires, 24.feb.2016
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