"La ambigüedad no como indecisión, sino como decisión de no querer perderse nada”
dice M.Hopenhayn(1) en el cercano siglo XX, ¿será esto un signo de los
tiempos? Las bipolaridades y las ambigüedades, que tanta mala prensa
tienen en el mundo de los discursos, ¿son realmente tan negativas?, o
aquellos que hablan y hablan de integridad y de la existencia de solo
“un” camino, no son más que ambiguos a los que les molesta que les
descubran el truco.
En principio, rápida y lapidariamente podemos contestar la primera pregunta: no es un signo de los tiempos, desde hace muchos siglos (y digo solo eso por el extremado respeto que le tengo a la palabra siempre) la ambigüedad es una característica humana, y por lo tanto, habitante de sus expresiones, palabras y pensamientos.
Ejemplos encontramos muchos a lo largo de la historia conocida, y
sospechamos que muchos más habrá en la historia no contada. Pero no nos
adentramos en estas líneas para hablar de sospechas, con lo conocido ya
tenemos bastante como para entretenernos, así que allí apuntaremos
nuestro siguiente rato compartido, usted leyendo, yo escribiendo.
En este caprichoso reloj temporal viajamos hasta el 1511, Erasmo de
Rotterdam escribe “Elogio de la Locura” (2), un sarcástico texto contra
los poderosos de la sociedad y las jerarquías de la iglesia, y desata
escándalos varios en los hombres de su tiempo.
El humanismo cristiano evangélico era un pujante movimiento en varias
zonas de Europa: Francia, Inglaterra, Alemania, España, y sobretodo en
los Países Bajos, donde a Erasmo se lo reconoce como maestro y principal
representante.
El humanismo cristiano, además de enfrentarse firmemente a toda idea de
guerra, tiene un rechazo general a la cultura, la ciencia, la filosofía y
la religión medieval, para centrar su atención en el hombre. Y es en
relación al hombre y todos estos temas -y varios más- a los que Erasmo
se refiere en su libro “Elogio…” abordándolos de una manera muy
particular, utilizando la ironía como recurso principal, con una agudeza
y profundidad que aparece como la primera ambigüedad general, ya que
dicho por él mismo, es un libro que escribió muy rápidamente casi como
un pasatiempo en las largas horas de un viaje a las islas británicas. En
este caso es una ambigüedad recursiva y tal vez autoreferencial, ya que
el mismo relato habla y se mofa de quienes se autotitulan quasi
improvisadores de discursos e ideas, cuando en realidad invirtieron
años, energía y tiempo en acomodar trabajosamente ese puñado de
palabras.
Esa es apenas la primera ambigüedad de un libro y un escritor llenos de
relaciones encontradas, de infinidad de matices que se prestan a que el
lector deba hincarle el diente con sumo cuidado, sin quedarse con el
primer sabor… y muchas veces ni el segundo, ni el tercero. Es
recomendable ir con alto grado de atención y calma, para tratar de
encontrar algo cercano al verdadero contenido de esta golosina de
quinientos años.
Erasmo utiliza un recurso muchas veces despreciado por los puristas de
la literatura: escribir en primera persona. Pero lo inquietante,
atractivo y desconcertante, es que esa primera persona es justamente “la
locura”, y ese detalle naif, que parece hasta ingenuo, funciona de
colosal escudo frente a muchos factores. El hecho de que el relato lo
lleva la ficticia palabra de la propia locura le abre el camino para
poder expresarse con desparpajo frente a cuestiones que en el siglo XVI
le hubieran traído algunos problemas un poco más graves que apenas las
duras críticas que recibió de los intelectuales de su época. Críticas de
las que se empezó a reír en el mismo momento de comenzar a escribir las
páginas de su libro.
Críticas, que fueron los predecibles rebotes de las críticas que Erasmo
plasmó en su escrito hacia muchas direcciones: griegos, romanos,
estoicos, retóricos, pitagóricos, eclesiásticos, intelectuales
contemporáneos, filósofos, artistas, nobles, a todos ellos este señor
tuvo algo que decirles, y más allá de las coincidencias o las
discrepancias con sus conceptos, el factor que nos llama a mencionarlo
en estas presentes líneas, es la habilidad y extremado talento que
Erasmo muestra como escritor, apelando a una herramienta muchas veces
despreciada: la sra. ambigüedad. Sin esta señora, este libro no hubiera
podido salir de las manos del escritor y no hubiera podido ser la
semilla de importantes preguntas y planteos que se vienen haciendo sus
lectores desde que Erasmo en lugar de mirar hacia los campos y bosques
llenos de neblina inglesa, decidió tomar una pluma y regalarnos su
filosofía en forma sonrisa y dualidad.
“… el hecho es que los reyes no gustan de la verdad. Pero mis
insensatos tienen la cualidad maravillosa de poder decir no sólo la
verdad, sino insolencias manifiestas, y, con todo, ser oídas con agrado.
Así, algunas palabras podrían costar la vida del sabio, mientras que
proferidas por un bufón resultan relajantes. La verdad lleva en sí misma
el don de agradar con tal que no ofenda; y los dioses sólo han
concedido este don a los insensatos.” (Elogio de la Locura, Cap 36)
Animándonos a ir aún más atrás (apróximadamente 300 a.C.), podemos
mencionar a Epicuro, y su defensa del placer como bien supremo, en este
caso la ambigüedad no está en eso, pero sí en como lo tomaron (y lo
siguen tomando) algunos de sus seguidores o detractores que levantaron
banderas rivalizando contra conceptos platónicos (y luego estoicos) que
encuadran a los sabios evitando el camino de los placeres … si nos
tomamos un momento para deshojar esta margarita, y teniendo en cuenta
que Epicuro jerarquiza al concocimiento y a la sabiduría como máximos
placeres, podemos notar que las veredas en realidad no son tan opuestas.
En este ida y vuelta a través de la línea de tiempo, emprendemos el
camino de regreso al presente, haciendo una escala en la mitad del siglo
XIX, para contactar a uno de los principales referentes de la brillante
literatura rusa de ese momento: Fiodor Dostoievski. Quien en su afamada
novela “Crimen y castigo” nos regala ambigüedades en muy diversas
formas. Su protagonista (el recordado Raskolnikov) pretende hacer un
bien utilizando el mal como herramienta, es decir, estaba convencido de
que asesinando salvajemente a una anciana usurera, liberaría de la
opresión y la explotación a su entorno social, apoyado en la idea que
Raskolnikov se siente más allá del bien y del mal, por lo tanto no hay
culpa ni arrepentimiento. Este concepto es el que utiliza el
controvertido Niestche tiempo después para su idea de Superhombre, pero
es el propio Dostoiesvky quien ya le había dado respuesta: Raskolnikov
finalmente no pudo superar su ambigüedad y buscó alivio en la confesión a
las autoridades y en los años de cárcel en Siberia.
Y por último, mirando alrededor en nuestro presente, se me ocurre
apuntar uno de los innumerables ejemplos de canibalismo empresarial,
falsos arquetipos de éxito enfundados en Sociedades Anónimas que, entre
muchas otras obscenidades y pedanterías, ejecutan donaciones y
participan de acciones benéficas, que a simple vista parecen nobles
actitudes, pero en el fondo no son más que artilujios legales para lavar
dinero o reducir impuestos y así potenciar sus beneficios personales.
¿se puede criticar de manera obscena, evidente y pública, la estructura, los procederes y los altos mandos de una Iglesia que era ley indiscutible, sin ser alimento de hogueras, fantasma desterrado o refugiado mito clandestino?
¿se puede transcender varios siglos hablando de profundos valores filosóficos mientras se relata la inutilidad de ellos, de manera detallada e íntegra, respaldando cada palabra, cada punto, cada adjetivo y cada silencio, dando tiempo para tomar aire después de la sonrisa?
¿se puede considerar al placer como algo más elevado que el resultado de saciar superficiales instintos?
¿se puede pensar en todos los criminales como desalmados y egoístas?
¿se puede observar con admiración toda acción de caridad?
Pues... depende.
La ambigüedad puede ser tan mala como la maldad con que se usa, o la ignorancia del que la recibe. Depende de quien la utiliza, del como y con qué objetivo.
Aún ella, con su peyorativa fama, nos puede regalar buenos resultados si nuestras intenciones son buenas.
FAB. Barcelona /diciembre 2010
(1) Martín Hopenhayn, nacido en New York en 1955, recibido en la
universidad de filosofía de París, luego de haber pasado por la de Chile
y Buenos Aires. Publicó varios libros con temática filosófica
literaria. Desde hace 20 años vive en Santiago de Chile donde trabaja en
temas de desarrollo social y cultura en Naciones Unidas.
(2) “Moriae Encomium” (latín), “Morías Encomion” (griego), significa:
elogio, loa, alabanza, exaltación de la necedad, estulticia, insensatez.
Conservando la traducción clásica y popular castellana: “Elogio de la
locura”.
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originalmente publicado en Revista Esfinge
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