Colectiveros se quejan de taxistas
taxistas se quejan de peatones
peatones se quejan de automovilistas
ciudadanos se quejan de privatizaciones
ciudadanos se quejan de la estatización
políticos se quejan de sus oponentes
por supuesto los oponentes se quejan de los primeros
futbolistas se quejan de los árbitros
entrenadores se quejan de los árbitros
dirigentes se quejan de los árbitros
empleados se quejan de sus jefes
empleados se quejan de sus compañeros
jefes se quejan de sus empleados y también se quejan de sus
superiores
individuos se quejan de su pareja
solitarios se quejan de su soledad
...
Partimos de considerar que
detectar y enunciar que algo no agrada, no es malo en sí mismo, salvo que se
convierta en algo repetitivo y vacío de acción… es decir, lo aburridamente
negativo es caer en el facilismo de quejarse casi por inercia sin realizar
ninguna acción para mejorar y sin ni siquiera proponer una mejora.
Dado que no es un hecho aislado,
sino todo lo contrario, semejante signo de pereza mezclado con inconformismo me
hace pensar que no solo es un instinto liviano, facilista y contagioso, me
despierta la idea de que ese inconformismo masivo viene de algún lado, y que
más allá de las limitaciones individuales, es un hecho social a gran escala.
La queja está instalada, es un
formato de comunicación accesible, comprensible por todos. No es casualidad que
los políticos tengan a la queja como una herramienta. La crítica a sus
opositores es casi la única bandera que acostumbran levantar (sabemos que las
banderas de las propuestas les resultan excesivamente pesadas y de una complejidad
utópica), pero hay algo aún más básico y grotesco que solamente criticar a sus
oponentes, y es: quejarse de sus oponentes. La queja respecto de la crítica es
un paso antes en la evolución, es la versión más barata.
Y además, como mencionábamos en
las líneas precedentes, la capacidad de contagio es asombrosa, casi como el
bostezo, en cualquier reunión, sea de un puñado de personas como en
manifestaciones de miles, basta que uno se queje, para que inmediatamente
muchos otros levanten la voz en la misma dirección.
La urbanización y el supuesto
confort del capitalismo que nos regala el presente que vivimos, aún en el mejor
de los casos y sin profundizar en cuestiones de valores humanos, ética y
controversias del sistema, solamente quedándonos con sus beneficios y abordando
una mirada ingenua, crean un escenario actual con una clara tendencia a la
falta de adrenalina, a la medianía, a vidas que transcurren sin intensidad.
El formato de éxito: estudiar,
casarse, formar una familia, tener una buena casa, un lindo auto, y un buen
empleo que permita unas lindas vacaciones dos semanas al año, se convierte en la mayor zanahoria perseguida, en el objetivo por el que se invierten las máximas cantidades
de tiempo y energías. Y no solo el gris final es el problema, sino que además,
las estrategias adoptadas para conseguir ese éxito, desechan obscenamente el
“mientras tanto” en pos de los objetivos, es decir, los planes de futuro como
única verdad apetecible, y el presente poco feliz, como un costo ínfimo y
despreciable.
Pero no quiero caer en temáticas
sociológicas (no tengo pilcha para semejante evento), quisiera ser más
específico con el disparador que me empujó a escribir estas líneas:
Tengo la firme sensación de que
la queja, como muestra de inconformismo, y ahora también incluyo a su hermana
mayor: la violencia contenida, tienen que ver con esa falta de intensidad y una
necesidad de vértigo insatisfecha.
Si miramos un poco la historia de
la humanidad, la vemos plagada de guerras. Repasando al azar cualquier momento
histórico anterior al siglo XX, encontraremos enfrentamientos multitudinarios,
grandes batallas, y revoluciones y conquistas regadas de sangre y violencia en
todas sus formas.
Miles de solados enfrentándose
cuerpo a cuerpo contra otros miles.
Empuñar una espada para cortarle
la cabeza al tipo que viene corriendo hacia vos, concentrado en ser certero,
porque si no, la cabeza que rodará será
la tuya... yo creo que debe ser algo que verdaderamente acelera el pulso
sanguíneo. Despertarte a la mañana y agradecer que abrís los ojos, y sentir
cosquillas cuando pensás en la duda sobre si al otro día los volverás a abrir.
Vidas enteras dedicadas a eso, un alto porcentaje de las poblaciones dedicado a eso, donde el ambiente de trabajo era el campo de
batalla. Expediciones de largos meses y a veces años, no solo con hombres que
partían a jugarse su destino incierto, sino también con mujeres que esperaban
las lejanas noticias, siempre al filo de la gloria o el dolor, o ambas cosas.
En el mundo maquillado que hoy
vivimos, esa violencia explícita no está (al menos en los rincones del mundo
occidental que nos toca o elegimos vivir)… y no está tampoco la adrenalina de
no saber (explícitamente) si volvemos a dormir esta noche. Aclaro lo de
explícito porque el sistema actual se ocupa de diagramar el engaño de hacerte
creer que estas tranquilo y sin riesgos, aunque tal vez no sea tan así, pero no
nos meteremos en estos laberintos, en otro momento trataremos tales engaños.
Volviendo a lo cotidiano, digo
que, en el ranking de mayores desafíos está cumplir con la planilla de Exel que
nos pidió el jefe, o en salir con la rubia del segundo piso sin que se entere
tu novia.
¿Será por esta necesidad de
vértigo insatisfecho el uso de drogas buscando límites? ¿Será por vivir
adormecido en una vida sin riesgos, que llegar a una esquina y que no te dé
paso el taxista genera semejantes discusiones?
¿Será por esa montaña de
maquillaje aburrido, que en EEUU, tal vez la sociedad emblema del maquillaje,
es muy común que se agite un limado y empiece a los tiros o a los cuchillazos
en la universidad?
Pienso que la raza humana tiene
una necesidad de consumo de adrenalina, esencial, y la falta de ese pulso
acelerado es tal vez una razón para ciertos síntomas actuales, como las
adicciones, la violencia callejera, el inconformismo, la queja.
Trayendo el tema de los desafíos
un poco más acá, y para no quedarnos solo en la mención de batallas
sangrientas, que parecerían analogías demasiado extremas, podemos encuadrar el
tema de asumir riesgos en situaciones más urbanas y actuales:
Entregarse a actividades que
hagan realidad los sueños personales, son situaciones que suelen ser
celebradas, pero muchas veces celebradas a la distancia y solo para vidas
ajenas; es decir, personajes literarios o héroes de cine o de TV, que deciden
ser músicos o pintores, o viajeros de alma, que descubren rincones de
geografías lejanas e idiosincrasias diversas, son perfiles muchas veces
admirados y aplaudidos... pero de lejos, decidiendo no encarnarlos... pensemos
en cómo reaccionaría la mayoría de los padres que reciben noticias tales como
que su hijo menor abandona la facultad
de ciencias económicas, porque solo le interesa escribir poesía, o que
el mayor renunció al trabajo y se fue a viajar por el mundo con una mochila de
5 kilos y sin cuenta bancaria.
Sin dudas hay un trato peyorativo hacia ese tipo de iniciativas, incluso se las suele asociar con la inconciencia, como si la conciencia y la racionalidad solo fueran componentes de la inteligencia si se ubican en la vereda contraria a los placeres.
Sin dudas hay un trato peyorativo hacia ese tipo de iniciativas, incluso se las suele asociar con la inconciencia, como si la conciencia y la racionalidad solo fueran componentes de la inteligencia si se ubican en la vereda contraria a los placeres.
Los que asumen riesgos y
concretan sus sueños, son valorados y hasta a veces admirados, pero es un
camino que pocos eligen, las mayorías prefieren “lo seguro”, la anestesia,
pelear por el sueldo a fin de mes, la obra social, y una jubilación digna que
dé perspectivas de futuro.
Digo, claro! ¿Cómo no te vas a
quejar del automovilista que no te dejó pasar primero en la esquina? ¡Si cruzar
esa esquina fue lo más emocionante que te sucedió en el día! ¡Llegabas tarde al
cursito de fotografía, y había tanta urgencia!
Pues quisiera decir entonces, que
el corazón latiendo veloz, es un buen remedio para el fastidio interno. Como
decía el viejo Epicuro, “también en la moderación hay un término medio, y quien
no da con él es víctima de un error parecido al de quien se excede por
desenfreno” ... 2300 años después y aunque sin mirar el mar Egeo, es posible
deducir que, si te zarpas de prudente, terminas en mitad de tabla y con olor a
queja.
Podría seguir citando detalles,
pero con esta humedad insoportable es imposible hacer nada. Es tarde, y en este país los transportes siempre funcionan
mal, y nadie se hace cargo de lo que tiene que hacer.
FAB. 10/04/2013
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