jueves, 11 de abril de 2013

La queja, deporte nacional


Colectiveros se quejan de taxistas
taxistas se quejan de peatones
peatones se quejan de automovilistas
ciudadanos se quejan de privatizaciones
ciudadanos se quejan de la estatización
políticos se quejan de sus oponentes
por supuesto los oponentes se quejan de los primeros
futbolistas se quejan de los árbitros
entrenadores se quejan de los árbitros
dirigentes se quejan de los árbitros
empleados se quejan de sus jefes
empleados se quejan de sus compañeros
jefes se quejan de sus empleados y también se quejan de sus superiores
individuos se quejan de su pareja
solitarios se quejan de su soledad
...

Partimos de considerar que detectar y enunciar que algo no agrada, no es malo en sí mismo, salvo que se convierta en algo repetitivo y vacío de acción… es decir, lo aburridamente negativo es caer en el facilismo de quejarse casi por inercia sin realizar ninguna acción para mejorar y sin ni siquiera proponer una mejora.
Dado que no es un hecho aislado, sino todo lo contrario, semejante signo de pereza mezclado con inconformismo me hace pensar que no solo es un instinto liviano, facilista y contagioso, me despierta la idea de que ese inconformismo masivo viene de algún lado, y que más allá de las limitaciones individuales, es un hecho social a gran escala.

La queja está instalada, es un formato de comunicación accesible, comprensible por todos. No es casualidad que los políticos tengan a la queja como una herramienta. La crítica a sus opositores es casi la única bandera que acostumbran levantar (sabemos que las banderas de las propuestas les resultan excesivamente pesadas y de una complejidad utópica), pero hay algo aún más básico y grotesco que solamente criticar a sus oponentes, y es: quejarse de sus oponentes. La queja respecto de la crítica es un paso antes en la evolución, es la versión más barata.
Y además, como mencionábamos en las líneas precedentes, la capacidad de contagio es asombrosa, casi como el bostezo, en cualquier reunión, sea de un puñado de personas como en manifestaciones de miles, basta que uno se queje, para que inmediatamente muchos otros levanten la voz en la misma dirección.

La urbanización y el supuesto confort del capitalismo que nos regala el presente que vivimos, aún en el mejor de los casos y sin profundizar en cuestiones de valores humanos, ética y controversias del sistema, solamente quedándonos con sus beneficios y abordando una mirada ingenua, crean un escenario actual con una clara tendencia a la falta de adrenalina, a la medianía, a vidas que transcurren sin intensidad.

El formato de éxito: estudiar, casarse, formar una familia, tener una buena casa, un lindo auto, y un buen empleo que permita unas lindas vacaciones dos semanas al año, se convierte en la mayor zanahoria perseguida, en el objetivo por el que se invierten las máximas cantidades de tiempo y energías. Y no solo el gris final es el problema, sino que además, las estrategias adoptadas para conseguir ese éxito, desechan obscenamente el “mientras tanto” en pos de los objetivos, es decir, los planes de futuro como única verdad apetecible, y el presente poco feliz, como un costo ínfimo y despreciable.

Pero no quiero caer en temáticas sociológicas (no tengo pilcha para semejante evento), quisiera ser más específico con el disparador que me empujó a escribir estas líneas:
Tengo la firme sensación de que la queja, como muestra de inconformismo, y ahora también incluyo a su hermana mayor: la violencia contenida, tienen que ver con esa falta de intensidad y una necesidad de vértigo insatisfecha.

Si miramos un poco la historia de la humanidad, la vemos plagada de guerras. Repasando al azar cualquier momento histórico anterior al siglo XX, encontraremos enfrentamientos multitudinarios, grandes batallas, y revoluciones y conquistas regadas de sangre y violencia en todas sus formas.

Miles de solados enfrentándose cuerpo a cuerpo contra otros miles.
Empuñar una espada para cortarle la cabeza al tipo que viene corriendo hacia vos, concentrado en ser certero, porque si no, la  cabeza que rodará será la tuya... yo creo que debe ser algo que verdaderamente acelera el pulso sanguíneo. Despertarte a la mañana y agradecer que abrís los ojos, y sentir cosquillas cuando pensás en la duda sobre si al otro día los volverás a abrir. Vidas enteras dedicadas a eso, un alto porcentaje de las poblaciones dedicado a eso, donde el ambiente de trabajo era el campo de batalla. Expediciones de largos meses y a veces años, no solo con hombres que partían a jugarse su destino incierto, sino también con mujeres que esperaban las lejanas noticias, siempre al filo de la gloria o el dolor, o ambas cosas.

En el mundo maquillado que hoy vivimos, esa violencia explícita no está (al menos en los rincones del mundo occidental que nos toca o elegimos vivir)… y no está tampoco la adrenalina de no saber (explícitamente) si volvemos a dormir esta noche. Aclaro lo de explícito porque el sistema actual se ocupa de diagramar el engaño de hacerte creer que estas tranquilo y sin riesgos, aunque tal vez no sea tan así, pero no nos meteremos en estos laberintos, en otro momento trataremos tales engaños.
Volviendo a lo cotidiano, digo que, en el ranking de mayores desafíos está cumplir con la planilla de Exel que nos pidió el jefe, o en salir con la rubia del segundo piso sin que se entere tu novia.
¿Será por esta necesidad de vértigo insatisfecho el uso de drogas buscando límites? ¿Será por vivir adormecido en una vida sin riesgos, que llegar a una esquina y que no te dé paso el taxista genera semejantes discusiones?
¿Será por esa montaña de maquillaje aburrido, que en EEUU, tal vez la sociedad emblema del maquillaje, es muy común que se agite un limado y empiece a los tiros o a los cuchillazos en la universidad?

Pienso que la raza humana tiene una necesidad de consumo de adrenalina, esencial, y la falta de ese pulso acelerado es tal vez una razón para ciertos síntomas actuales, como las adicciones, la violencia callejera, el inconformismo, la queja.

Trayendo el tema de los desafíos un poco más acá, y para no quedarnos solo en la mención de batallas sangrientas, que parecerían analogías demasiado extremas, podemos encuadrar el tema de asumir riesgos en situaciones más urbanas y actuales:
Entregarse a actividades que hagan realidad los sueños personales, son situaciones que suelen ser celebradas, pero muchas veces celebradas a la distancia y solo para vidas ajenas; es decir, personajes literarios o héroes de cine o de TV, que deciden ser músicos o pintores, o viajeros de alma, que descubren rincones de geografías lejanas e idiosincrasias diversas, son perfiles muchas veces admirados y aplaudidos... pero de lejos, decidiendo no encarnarlos... pensemos en cómo reaccionaría la mayoría de los padres que reciben noticias tales como que su hijo menor abandona la facultad  de ciencias económicas, porque solo le interesa escribir poesía, o que el mayor renunció al trabajo y se fue a viajar por el mundo con una mochila de 5 kilos y sin cuenta bancaria.
Sin dudas hay un trato peyorativo hacia ese tipo de iniciativas, incluso se las suele asociar con la inconciencia, como si la conciencia y la racionalidad solo fueran componentes de la inteligencia si se ubican en la vereda contraria a los placeres.

Los que asumen riesgos y concretan sus sueños, son valorados y hasta a veces admirados, pero es un camino que pocos eligen, las mayorías prefieren “lo seguro”, la anestesia, pelear por el sueldo a fin de mes, la obra social, y una jubilación digna que dé perspectivas de futuro.
Digo, claro! ¿Cómo no te vas a quejar del automovilista que no te dejó pasar primero en la esquina? ¡Si cruzar esa esquina fue lo más emocionante que te sucedió en el día! ¡Llegabas tarde al cursito de fotografía, y había tanta urgencia!

Pues quisiera decir entonces, que el corazón latiendo veloz, es un buen remedio para el fastidio interno. Como decía el viejo Epicuro, “también en la moderación hay un término medio, y quien no da con él es víctima de un error parecido al de quien se excede por desenfreno” ... 2300 años después y aunque sin mirar el mar Egeo, es posible deducir que, si te zarpas de prudente, terminas en mitad de tabla y con olor a queja.

Podría seguir citando detalles, pero con esta humedad insoportable es imposible hacer nada. Es tarde, y en este país los transportes siempre funcionan mal, y nadie se hace cargo de lo que tiene que hacer.

FAB. 10/04/2013

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