Tener 12 años y que tu hermana mayor tenga 17, te da ciertos beneficios.
Tus padres ya no son primerizos en eso de tener un hijo adolescente, los agarras un poco más
experimentados y menos rigurosos, y además tener en la casa alguien 5 años mayor que vos, te da acceso, directa o indirectamente, a cierta data que pueda resultar interesante.
Yo ya era bastante inquieto con la música, ni mis padres, ni mi hermana lo eran, pero algunos amigos de ella y algunos noviecitos circunstanciales me dieron ciertos indicios por donde yo podía hurgar.
Una tarde al llegar de la escuela, después de tomar mi infaltable leche con Nesquik, y mientras me cambiaba de ropa para salir a jugar al fútbol, en el escritorio del cuarto que compartía con mi hermana encontré un nuevo habitante:
entre cassettes almibarados de Valeria Lynch y Sergio Denis (no se asusten, de entrada aclaré que en mi casa la música era realmente un tema menor) había uno nuevo. Un TDK de 60 minutos, escrito con birome un poco borroneada, pero se alcanzaba a leer: The Cure. Era el reciente regalo que le había dejado un compañero .
Me resultó atractivo, por supuesto lo escuche, y por supuesto, me gustó mucho.
Poco tiempo después me encontré con una foto, llevaba el mismo nombre, aparecía un tipo con la cara muy blanca, los labios pintados de rojo y los pelos muy parados y algo caóticos, parecían las ramas de un árbol seco.
También captó mi atención, no se bien si porque me gustaba, o porque me resultaba extraño, tal vez por las dos cosas.
Muy cercano a eso, no se exactamente cuando tiempo había pasado, pero ahora lo encuentro en el mismo rincón temporal de mis recuerdos, me entero de que esa banda venía a Buenos Aires, con todo el revuelo que provocaba una banda inglesa viniendo a Buenos Aires en el año 87.
Después, los hechos tristemente conocidos, noticieros y tapas de diarios, el estadio de Ferro colapsado, disturbios, violencia y hasta la muerte de un vendedor de panchos. Un compañero de futbol me contó que su hermano mayor estuvo allí... y seguí cada anécdota con emoción y con los ojos grandes, como acostumbraba a hacer mientras leía las historias de Julio Verne.
Apago la luz, cierro los ojos.
Los abro 26 años después. Estoy en River, se encienden las pantallas digitales, Robert Smith y su banda salen a escena. Por fin se animaron a venir, después de aquella desagradable experiencia de los '80. El clima es otro, el país es otro, yo soy otro... por supuesto no en todo, aún sigo tomando leche con Nesquik.
Inician el show con una canción triste, mostrando que la melancolía sigue siendo parte de sus ingredientes, y en segundo lugar suena Lullaby, una canción de cuna llena de telarañas, y una melodía de cuerdas que se me clava en el pecho. Pensé que tal vez esa era la principal razón por la que vine a River esta noche, pensé en cuanta confianza se tienen estos tipos para hacer semejante perla apenas comenzado el show, evidentemente saben que tienen mucho para dar. Se me cruzaron imágenes de caminar con ella en mis auriculares, una noche lluviosa y fría, pisando el empedrado de callecitas angostas en el Gótico de Barcelona. Pensé en el TDK de mi hermana. Pensé en un vinilo un poco deteriorado que vendían en una vieja disquería de Morón, lo vi varias veces y dudaba de comprarlo porque tenía la tapa rota... la tarde que decidí llevármelo igual, revolví la batea y lo habían vendido... pero aquí estoy, volví de mi instantánea de dispersión, mientras esas cuerdas siguen erizando la piel de muchos.
Fueron tres horas de una gran banda. De una gran banda que se sustenta en grandes canciones, y grandes canciones que se sostienen en sus melodías. Es decir, es una banda que no se dedica a mostrar virtuosismo. Salvo la fineza elevada en la voz de Smith, sus músicos son apenas correctos y sus propuestas no exhiben demasiadas complejidades, pero sus melodías simples son exquisitas, y sobretodo muy emocionales; todas las canciones son tarareables, y se pueden silbar bajito, como haría un tanguero con las manos en los bolsillos caminando por una vereda del barrio de Boedo.
Como decía, la banda se apoya en sus canciones, la banda son sus canciones, y lo que intento decir con esto es que, hay bandas que proponen lo suyo en un formato de mas larga duración, por ejemplo un disco completo o un concierto entero que responde a cierto concepto que encuadra su obra... en cambio The Cure es mas conciso, su obra empieza y termina en cada canción. Y fueron tres horas de emociones y bellas canciones.
Alguna vez leí que en aquella mala experiencia del 87, Smith no solo se había sentido incómodo por el caos sufrido en el estadio de Ferro, sino también por el calor y la humedad de Buenos Aires, situación poco acostumbrada para los europeos del Norte y que él sufre particularmente. Lo mismo le había sucedido en una visita a Río de Janeiro (en enero!). En esta oportunidad hasta el clima pareció acomodarse para recepcionar a The Cure, una brisa helada merodeaba el estadio, quizá la noche mas fría de este otoño primaveral que nos entrega el 2013. Terminé el show con el cuello del sobretodo negro hasta la nariz, un pañuelo enroscado a modo de bufanda, y una clara sensación cinematográfica: Robert Smith es el mas real de los personajes de Tim Burton.
Tus padres ya no son primerizos en eso de tener un hijo adolescente, los agarras un poco más
experimentados y menos rigurosos, y además tener en la casa alguien 5 años mayor que vos, te da acceso, directa o indirectamente, a cierta data que pueda resultar interesante.
Yo ya era bastante inquieto con la música, ni mis padres, ni mi hermana lo eran, pero algunos amigos de ella y algunos noviecitos circunstanciales me dieron ciertos indicios por donde yo podía hurgar.
Una tarde al llegar de la escuela, después de tomar mi infaltable leche con Nesquik, y mientras me cambiaba de ropa para salir a jugar al fútbol, en el escritorio del cuarto que compartía con mi hermana encontré un nuevo habitante:
entre cassettes almibarados de Valeria Lynch y Sergio Denis (no se asusten, de entrada aclaré que en mi casa la música era realmente un tema menor) había uno nuevo. Un TDK de 60 minutos, escrito con birome un poco borroneada, pero se alcanzaba a leer: The Cure. Era el reciente regalo que le había dejado un compañero .
Me resultó atractivo, por supuesto lo escuche, y por supuesto, me gustó mucho.
Poco tiempo después me encontré con una foto, llevaba el mismo nombre, aparecía un tipo con la cara muy blanca, los labios pintados de rojo y los pelos muy parados y algo caóticos, parecían las ramas de un árbol seco.
También captó mi atención, no se bien si porque me gustaba, o porque me resultaba extraño, tal vez por las dos cosas.
Muy cercano a eso, no se exactamente cuando tiempo había pasado, pero ahora lo encuentro en el mismo rincón temporal de mis recuerdos, me entero de que esa banda venía a Buenos Aires, con todo el revuelo que provocaba una banda inglesa viniendo a Buenos Aires en el año 87.
Después, los hechos tristemente conocidos, noticieros y tapas de diarios, el estadio de Ferro colapsado, disturbios, violencia y hasta la muerte de un vendedor de panchos. Un compañero de futbol me contó que su hermano mayor estuvo allí... y seguí cada anécdota con emoción y con los ojos grandes, como acostumbraba a hacer mientras leía las historias de Julio Verne.
Apago la luz, cierro los ojos.
Los abro 26 años después. Estoy en River, se encienden las pantallas digitales, Robert Smith y su banda salen a escena. Por fin se animaron a venir, después de aquella desagradable experiencia de los '80. El clima es otro, el país es otro, yo soy otro... por supuesto no en todo, aún sigo tomando leche con Nesquik.
Inician el show con una canción triste, mostrando que la melancolía sigue siendo parte de sus ingredientes, y en segundo lugar suena Lullaby, una canción de cuna llena de telarañas, y una melodía de cuerdas que se me clava en el pecho. Pensé que tal vez esa era la principal razón por la que vine a River esta noche, pensé en cuanta confianza se tienen estos tipos para hacer semejante perla apenas comenzado el show, evidentemente saben que tienen mucho para dar. Se me cruzaron imágenes de caminar con ella en mis auriculares, una noche lluviosa y fría, pisando el empedrado de callecitas angostas en el Gótico de Barcelona. Pensé en el TDK de mi hermana. Pensé en un vinilo un poco deteriorado que vendían en una vieja disquería de Morón, lo vi varias veces y dudaba de comprarlo porque tenía la tapa rota... la tarde que decidí llevármelo igual, revolví la batea y lo habían vendido... pero aquí estoy, volví de mi instantánea de dispersión, mientras esas cuerdas siguen erizando la piel de muchos.
Fueron tres horas de una gran banda. De una gran banda que se sustenta en grandes canciones, y grandes canciones que se sostienen en sus melodías. Es decir, es una banda que no se dedica a mostrar virtuosismo. Salvo la fineza elevada en la voz de Smith, sus músicos son apenas correctos y sus propuestas no exhiben demasiadas complejidades, pero sus melodías simples son exquisitas, y sobretodo muy emocionales; todas las canciones son tarareables, y se pueden silbar bajito, como haría un tanguero con las manos en los bolsillos caminando por una vereda del barrio de Boedo.
Como decía, la banda se apoya en sus canciones, la banda son sus canciones, y lo que intento decir con esto es que, hay bandas que proponen lo suyo en un formato de mas larga duración, por ejemplo un disco completo o un concierto entero que responde a cierto concepto que encuadra su obra... en cambio The Cure es mas conciso, su obra empieza y termina en cada canción. Y fueron tres horas de emociones y bellas canciones.
Alguna vez leí que en aquella mala experiencia del 87, Smith no solo se había sentido incómodo por el caos sufrido en el estadio de Ferro, sino también por el calor y la humedad de Buenos Aires, situación poco acostumbrada para los europeos del Norte y que él sufre particularmente. Lo mismo le había sucedido en una visita a Río de Janeiro (en enero!). En esta oportunidad hasta el clima pareció acomodarse para recepcionar a The Cure, una brisa helada merodeaba el estadio, quizá la noche mas fría de este otoño primaveral que nos entrega el 2013. Terminé el show con el cuello del sobretodo negro hasta la nariz, un pañuelo enroscado a modo de bufanda, y una clara sensación cinematográfica: Robert Smith es el mas real de los personajes de Tim Burton.
FAB / Bs As / 14abril2013
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orginalmente publicado en www.zonova.net
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